¿Qué quiere decir el darle la espalda a tu tierra?

Dorota Biczel

2017

Tú: Te imagino leyendo esto en la Sala Luis Miro Quesada Garland, a unas pocas cuadras y con una vía rápida de por medio del Océano Pacífico. Imagino que te identificas como peruano. Me imagino también que aprendiste todo acerca de tu tierra y su composición única. Probablemente, esta “composición única” que fue enseñada desde el colegio, significó tres zonas geográficas distintas que, supuestamente, definen tu país: el desierto costero; la sierra de los Andes; y, la selva amazónica. En esa construcción del imaginario nacional, las fronteras delimitan un Perú internamente fragmentado, en forma de un jaguar sin cola. Estas delinean también un terreno vacío alrededor de ese Perú.

El trabajo reciente de Claudia Coca llena un vacío en el imaginario pictórico peruano – el imaginario del cual el Pacífico ha estado, históricamente, ausente. Su trabajo reemplaza esa ausencia con la presencia y, al mismo tiempo, refuta los símbolos familiares creados para los observadores, externos e internos, del territorio peruano. Para tal fin, Coca explota un fenómeno dual: por un lado, paisajes enlazados a fronteras territoriales, nacionales o imperiales; por otro, paisajes que trascienden esas fronteras, mediando en la circulación transnacional de capital, bienes y gente. Ella insiste en la inversión de tres miradas distintas; tres posiciones distintas; y, tres modos distintos, e históricos, de la construcción y despliegue del territorio en la región andina de Latinoamérica: una, la de un conquistador español; la segunda, la de un explorador científico imperial iluminado; y, la tercera, la de una costeña en búsqueda de sus raíces. A diferencia de esos tres observadores, cuyas miradas están firmemente fijadas en la tierra, Coca le da la espalda al desierto, las montañas y a la selva más allá de ellos. Ella le da cara al océano. Mira con ella, baja del malecón, cruza la Costa Verde, toca el agua.  

Las suyas son imágenes sin precedentes: el océano visto y experimentado como una superficie ondulante y reluciente; el juego de la luz en los picos de las olas; el flujo y reflujo de la marea; la expansión sin fin. Su océano está privado de boyas, muelles o faros; barcos, pájaros o peces voladores. Para ponerlo en diferentes términos, Coca rechaza el mostrarte cualquier marcador asociado con un territorio maduro para su extracción y explotación. 

El darle la espalda a la tierra sugiere una posibilidad de desestabilizar el orden social terrestre. El voltear al océano ofrece una posibilidad de rechazar el mito establecido del origen, del arraigo en la tierra; los mismos mitos que han perpetuado la asimetría racial y étnica en el Perú desde la independencia, esto es, la imagen de la sierra impenetrable que ha sido acuñada en el nombre de la modernización capitalista y el “progreso”: las montañas que serán conquistadas y los indios y mestizos que serán convertidos en sujetos dóciles, los cuáles trabajarán para incrementar el PBI y así satisfacer métricas establecidas en otro lugar.

En cambio, Coca te coloca en la orilla. El océano te invade, una y otra vez. La distinción entre la tierra y el agua es fluida y porosa. Coca te pone en el espacio liminal donde las nociones de “allá” y “aquí”, “adelante” y “atrás”, desaparecen; donde la noción del otro desaparece. El océano abarca a ambos, a tí y a mí (el “yo” escribiendo desde una gran distancia) – el poder mucho más grande, mucho más soberano que el establecido por divisiones geopolíticas.

El “bárbaro” imaginado por poderes coloniales vuelve la mirada – tanto desafiante como entero.